Me comentaron hace algún tiempo - no se si será o no verdad - que en el Hogar Navarro de Barcelona se reunían todos los sábados cuatro amigos para jugar al mus. Uno (Jordi) era funcionario de un Ayuntamiento, otro (Javier) era programador en una empresa de software, el tercero (Antonio) trabajaba en una textil próxima a Barcelona y el último (Paco) era jefe de almacén de una empresa de componentes del automóvil.
Un día Antonio llegó preocupado porque, según dijo, su empresa atravesaba serias dificultades debido a la fuerte competencia de los textiles fabricados en la India. “Claro, allí trabajan por dos duros y además tienen la posibilidad (cosa que no ocurría antes) de tener las mismas máquinas que nosotros, por lo que no podemos competir con ellos y sólo nos queda rebajarnos el sueldo”.
Los otros tres compañeros asentían pero internamente pensaban que lo de la globalización no estaba mal pues podían comprar ropa de diseño a precios muy buenos y que “no se le podían poner puertas al campo”.
A los pocos sábados el que venía hecho polvo era Paco, pues comentó que como resultado de la incorporación de los países del Este a la U.E. los fabricantes de automóviles y de sus componentes comenzaban a montar fábricas en Chequia, Hungria, etc., y, “como están dispuestos a cobrar cuatro cuartos” mucho me temo que mi empresa monte un ERE y me manden a la calle.
Jordi y Javier también asentían a lo que decía Paco, pero internamente les parecía de maravilla la globalización porque además de comprar ropa por cuatro euros, también podían comprar vehículos baratos y de calidad similar a la de los europeos (no como antes, que dejaban bastante que desear).
Un par de meses más tarde era Javier el que venía desolado porque su empresa la habían cerrado pues no había forma de competir con los precios del soft que ponían los indios y ahora los argentinos –que encima tienen el mismo idioma que nosotros-, con lo que el mercado español se decantaba cada vez más por estos últimos.
El Jordi callaba y asentía tímidamente, pero internamente se sentía seguro, pues el Ayuntamiento del que era funcionario seguiría en su sitio, su sueldo se incrementaría con el IPC o como mucho se congelaría, y si procuraba no “cargarse” al alcalde, tenía un puesto para toda la vida. Para él la globalización era un chollo, sólo le suponía ventajas.
A nivel individual cada uno vamos a lo nuestro, porque “qué podemos hacer”. Sólo nos preocupamos de lo que nos interesa individualmente y lo de los demás no nos preocupa, es problema de ellos. Pero cuando el problema lo tenemos nosotros y pedimos ayuda, nos vemos solos.
Así pues, con nuestra actitud egoísta, aunque entendible individualmente hablando, facilitamos el que se haya ido a una globalización brutal. El resultado es que, a corto plazo, a las empresas que han propiciado esa globalización les va muy bien, pero a la larga lo padecerán pues dónde van a vender la ropa, o los coches, o el soft, si la economía española se ha ido a pique y no hay poder adquisitivo para comprar nada de nada.
La globalización, en cuanto a salarios, no es sino un sistema de vasos comunicantes que hace que los bajos salarios de India o China hagan que bajen los salarios de España si se quiere competir con ellos, lo que, desde el punto de vista humano está muy bien, pero seguro que no pensamos lo mismo cuando por causa de ello nos vayamos al desempleo.
A todo esto, el Jordi tampoco está tranquilo, pues se comenta que van a poner de Alcalde a un ejecutivo procedente de una multinacional, que, ante la situación económica del Ayuntamiento, tiene previsto recortar gastos, eliminando funcionarios, externalizando todo tipo de servicios, incluso, se comenta, tiene hasta la idea de deslocalizar hasta el propio Ayuntamiento.
¿Y qué solución tiene todo esto? Pues francamente difícil, ya que en los entornos económicos mundiales siguen mandando los que defienden el libre mercado a todo trapo y algunas corrientes opuestas que optan por un cierto proteccionismo, son ridiculizadas por los primeros, aunque estas ideas sean defendidas por importantes personajes de la economía mundial.
¿Y a todo esto que hace el Estado español todo este tiempo?
Pues plegarse a los designios de las grandes compañías internacionales y grupos de presión y no defender los intereses de su País, pues según las teorías liberales el Estado no debe interferir en nada (salvo cuando hay que salvar el sistema bancario, o alguna empresa con miles de trabajadores –las pequeñas que se las apañen- pues si no montan un bollo).
Claro que una cosa es decirlo en este escrito y otra estar en el Gobierno, con todas las presiones de todo tipo que deben tener, pero entre una cosa y otra algo más podrían hacer. Sobre todo tener ideas propias y claras, que es lo que no abunda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario