martes, 11 de febrero de 2014
Un Luis Aragonés para la política
Recientemente se ha conocido la intención de Coca-Cola de cerrar la planta de embotellamiento de Fuenlabrada, planteando un ERE que supondría el despido de 1250 personas, de las cuales 700 serían recolocadas en otras empresas y las 500 restantes irían al paro.
La empresa argumenta que al cambiar el sistema de producción, pasando de uno radial a otro circular, obtendría un ahorro de 53 millones de euros, además de evitar una serie de inversiones. También dice que el cierre de Madrid supondría dar más actividad a las embotelladoras de Sevilla, Valencia, Bilbao y Barcelona.
Los trabajadores, por su parte, argumentan que no comprenden cómo cierran una fábrica que da beneficios. Tomás Gómez (Secretario General del PSM) dice que “es un despropósito cerrar una fábrica que da beneficios y en la que se ha hecho una importante inversión para modernizarla”.
Si esa empresa cierra una planta que da beneficios, es porque, con la reestructuración que plantea, piensa ganar mucho más. Así de simple.
Me viene a la memoria el caso de una multinacional láctea que cerró su planta de Ulzama hace unos 20 años.
También daba beneficios, era la que tenía la mayor productividad, se habían hecho inversiones importantes en sus instalaciones…
La empresa argumentaba que cambiaba su estrategia de producción y que iba a potenciar las fábricas de Sevilla, Madrid, Valencia, Asturias y Barcelona……
Del total de despedidos una parte también los recolocaban y al resto se les indemnizaban.
Los dos casos son prácticamente iguales, y la solución será la misma: Poner encima de la mesa el dinero suficiente para conseguir su objetivo.
Estas decisiones empresariales no son criticables, pues el objetivo de toda empresa es tratar de tener los mejores resultados posibles. Incluso pueden argumentar que el eliminar una serie de puestos de trabajo en una planta es una garantía para mantener, incluso crear, puestos en las otras.
A nadie nos gustaría que el Gobierno nos dijese: “vende esas acciones pues ya has ganado bastante”, “ese piso lo puedes vender por una cantidad menor pues ya le vas a sacar bastante beneficio”, “no pidas tanto por tu ficha de futbolista pues ganar tanto ya es inmoral”…
Si una fábrica no tuviese ningún trabajador (todo estuviese robotizado desde la entrada a la salida) la decisión de cierre de la misma no nos plantearía ningún problema. Se baja la persiana y se acabó. El propietario de esa empresa estaría en las mismas condiciones que cualquier persona que invierte en Bolsa o inmuebles. Las pérdidas o ganancias le afectan sólo a él y no repercuten en nadie más, pues no tienen empleados.
En el caso del cierre de una empresa, sí que se verían afectados el Ayuntamiento y el Gobierno Autonómico que no cobrarían impuestos, las compañías de electricidad y agua que tampoco facturarían, alguna empresa de mantenimiento, y poco más, puesto que los proveedores se suponen seguirían suministrando a las otras plantas.
Así que por ese cierre, prácticamente nadie iría al paro.
Pero claro, hoy por hoy, en todas las fábricas hay personas, que, aunque se pretendan que sean las mínimas, son necesarias.
¿Y qué pasa cuando esas personas llevan trabajando hasta 25 años como en los dos casos precedentes?. Ellas, que han contribuido a que dichas empresas hayan crecido y ganado dinero, cobrando su salario, por supuesto, se ven recompensadas con el despido.
Pero si a esa empresa se le limita la toma de decisiones empresariales porque como consecuencia de ellas va a enviar gente al paro, lo que se conseguirá es que los que tienen dinero lo inviertan en otros negocios (productos financieros o inmuebles) que no les obliguen a contratar personal, por lo que nadie va a crear empleo.
Cuando se crea una empresa, los promotores ponen el dinero y deciden todo sobre ella. Qué productos fabrica, dónde vende, cómo se financia, que trabajadores contrata y cuánto les paga, etc.
Si la empresa va creciendo contrata a más trabajadores y sigue decidiendo el patrón pues para eso es el propietario.
Lo que sucede es que cuando una empresa crece y contrata a más y más trabajadores, está adquiriendo una responsabilidad social cada vez mayor, y una decisión empresarial tomada con criterios económicos (el dinero es suyo) va a repercutir en el personal (y este no le pertenece), por lo que, hace muchos años, pensaba que sería bueno que los trabajadores tuviesen algún tipo de participación en los órganos de gestión de las mismas para hacer de contrapeso frente a las decisiones puramente capitalistas.
Sin embargo ahora, tal como está planteada la economía mundial, creo que tampoco este sistema sería la solución. Tenemos un claro ejemplo en el Grupo Mondragón, con un sistema cooperativista en el cual los socios están presentes en los órganos de dirección pues son trabajadores-socios, y que está pasando por momentos duros, teniendo que despedir a parte del personal.
Empresas capitalistas o de economía social han de guiarse por criterios de gestión. Ahora bien, mientras que las primeras, si desean cerrar una empresa, solucionan el problema social poniendo sobre la mesa el dinero que sea preciso, las de economía social tienen el reto de promover nuevas empresas que traten de crear los puestos de trabajo que las otras destruyen.
Así que, desde mi punto de vista, y ya que grandes revoluciones no parece vayan a estallar, la única solución es la de crear y crear empresas, de uno, dos, cinco trabajadores. Los que sean. De esas empresas fracasarán el 80%, y estos que lo vuelvan a intentar. Tenemos que tener una mentalidad innovadora, no en teoría, sino en la práctica. En nuestro país hacemos las cosas al revés, montamos unos parques empresariales tipo americano con mesas de ping pong incluidas y luego los tenemos que llenar de innovadores. En USA es al revés, la gente innova desde cualquier chiringuito (no quiero hablar del famoso garaje) y luego montan sus empresas constituyendo entre muchas de ellas esos parques empresariales que queremos imitar. No somos más tontos que las personas de otros países. Nuestro problema es que estamos y hemos estado casi siempre mal dirigidos. Por eso cuando los españoles van a otros países no nos los devuelven por incompetentes. Precisamos un Luis Aragonés en la política que nos haga comprender que, al igual que él contribuyó a quitarnos los complejos y hacernos sentir que podíamos ser la mejor selección del mundo, pensemos que en cualquier otro campo podemos estar al primer nivel. Hasta que no nos quitemos los complejos y pensemos que todo lo de fuera es mejor, y, por tanto apoyemos lo de fuera frente a lo de casa, no saldremos del agujero.
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